«Patrón represivo» de la PFP en Oaxaca, como el ideado por Zedillo en los Loxichas.

Hace 10 años se ordenó «todo el peso del Estado contra la guerrilla», lo que dejó más de 90 asesinatos, pero nadie los veía; ahora actúan a la luz de todos, dice otra dirigente. Encubre una verdadera guerra sucia contra activistas, pero ejecutada por la policía: Juan Sosa. Hace 10 años, sobre los zapotecos de San Agustín Loxicha cayó lo que el ex presidente Ernesto Zedillo llamó «todo el peso del Estado» contra los brotes ­reales o ficticios­ de guerrilla en la sierra Sur oaxaqueña.

La región fue militarizada por unidades que se desplegaron en Bases de Operación Múltiple (BOM). Y fue diezmada. Las autoridades de los pueblos fueron arrestadas, empezando por el presidente municipal Agustín Luna, y mataron a su sucesor, Jaime Valencia. Hubo desaparecidos y torturados, cerca de 90 asesinatos y más de 200 presos sentenciados, de los cuales 157 fueron amnistiados. En sólo uno de estos crímenes, el de Celedonio Almaraz, se ejerció acción penal, aunque tardía. Miles de indígenas dejaron sus comunidades y huyeron al monte.

La enorme miseria se hizo abismal. Reinó el miedo.Rara vez los soldados se mancharon las manos de sangre, pero bajo su manto, con órdenes de Diódoro Carrasco, operaron policías locales, pistoleros a sueldo y los llamados «entregadores», vecinos de los pueblos al servicio de los caciques del PRI que actuaron como cuerpos paramilitares. Juan Sosa, de la Unión del Pueblo Indígena Zapoteco y miembro de la dirección colectiva de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), fue desaparecido durante varias semanas y torturado brutalmente en casas de seguridad en la entidad, como muchos otros. Salió vivo de la experiencia y desde entonces se dedica al estudio y defensa de los derechos humanos. Analiza el patrón represivo que se está aplicando en estos días en Oaxaca, con redadas, allanamientos y arrestos masivos de activistas populares que ejecutan policías estatales y ministeriales, pero bajo la cobertura de la acción de la Policía Federal Preventiva (PFP).

Con 5 mil efectivos en la capital, la PFP se mantiene acuartelada, con excepción de las unidades que ocupan el primer cuadro de la ciudad, las cuales están atrincheradas con tanquetas. Han hecho suyo el Zócalo. Los peatones entran y salen de la plaza mayor ­erizada de toletes­ entre hileras de uniformados. Los grises predominan. Pasean, comen helado y juegan ajedrez. Florecen los romances. Varias muchachas se acercan a ligar, y los fornidos ocupantes hacen a un lado el casco y el escudo para echar novia. Otras mujeres se quejan de acoso verbal de la PFP. Los jefes policiacos toman café en las terrazas de los portales. Ya lavaron las calles y cubrieron con pintura los muros.

Como en Atenco. «Actúan como si fueran una misión de cascos azules. Pero en realidad están encubriendo algo que puede convertirse en una verdadera guerra sucia«, dice Sosa. Y subraya un dato que «no hay que olvidar»: lejos del «saldo blanco» que anunció el gobierno federal, sólo en el primer día de su incursión hubo tres muertos: un enfermero, un joven y un niño. Y ese fue el principio. Él ha observado que el papel que en los Loxichas jugaron los «entregadores», en la capital lo ejecutan cuadros priístas insertados en los barrios y colonias populares, donde la militancia de la APPO es mayoritaria. Son los que delatan, señalan domicilios y provocan incidentes en las barricadas que aún permanecen en el perímetro de la Ciudad Universitaria.

Otra semejanza es la acción parcial de la justicia. En los Loxichas fueron fabricados cientos de expedientes en contra de los indígenas; algunos casos fueron tan «aberrantes» como en los que los loxicha fueron acusados de asesinatos de sus mismos compañeros, que ellos mismos habían denunciado y que fueron cometidos por paramilitares. Aquí, como antes allá, se realizan detenciones masivas. En estos días, cerca de 200 oaxaqueños han sido arrestados y liberados en poco tiempo. «Esto cumple varios objetivos: amedrentar e inhibir la movilización, en primer lugar. Además, los aparatos de inteligencia obtienen información en los interrogatorios, que son violentos, y logran identificar liderazgos, ubicar dónde están.

Es un mecanismo de guerra sucia«, comenta Sosa. «Es igual, pero diferente; aquello ocurrió lejos, allá en la sierra, en la soledad, con muy poca denuncia. Nadie sabía. Hoy lo hacen ante los ojos de todos», afirma Donaciana Almaraz, otra dirigente loxicha. «Y la represión que empezó en 1996 todavía no termina. La lucha tampoco». Ella sabe por qué lo dice: tiene una hermana en la cárcel, un hermano que fue desaparecido 10 días y otro que fue asesinado en 2004. Un grupo de mujeres de los Loxichas ­entre ellas Donaciana, Estela García, Néstora y Genoveva­ fueron quienes en realidad forzaron la salida del mandatario estatal, que en ese momento era José Murat, del palacio de gobierno. Con sus hombres muertos, huidos o presos, en 1996 bajaron a hacer plantón frente al edificio que albergaba el poder estatal.

Los primeros días eran apenas 20, sin comida ni cobijo. Se quedaron ¡cuatro años! En el campamento nacieron 35 niños. Llegaron a ser 200 en el plantón. Nunca más un gobernador volvió a ocupar el edificio. Lograron una amnistía, pero no consiguieron sacar de la cárcel a los últimos 12 presos que tienen cargos federales. El presidente Vicente Fox y Santiago Creel ­cuando era secretario de Gobernación­ prometieron ayudarlas. Jamás cumplieron. «Por eso digo, la lucha no ha terminado ­insiste Donaciana, que hoy administra un pequeño bar bohemio en el corazón de Oaxaca, donde en la noche se canta trova y en la mañana se trabaja en la gestión de ayuda a las mujeres loxicha.»Y más al ver lo que está pasando a nivel del estado, a escala nacional.

Tenemos que cuidar que nunca vuelva a suceder lo que pasó en los Loxichas. Acá da gusto ver cómo la gente se enfrenta. Nosotros no pudimos. Sembraron el terror en nuestros pueblos. Pero ya perdimos el miedo.» Y sí, en septiembre se formó en Quelové San Agustín la Asamblea Popular de los Pueblos Loxichas. Y han vuelto a tener autoridades propias. «Nuestra gente ora sí ya cambió. Y las mujeres ya nos enfrentamos al chingadazo. Hablamos español y sabemos hacer las cosas». Y vaya que saben. Están por cerrar en el barcito, y ante Donaciana los meseros y músicos rinden cuentas. La Nueva Babel dormirá un rato para amanecer como uno mucho de los locales donde se gesta la lucha social de Oaxaca.

Fuente: Blanche Petrich, La Jornada en Internet,

http://www.jornada.unam.mx/2006/11/11/index.php?section=politica&article=008n1pol 11/01/2012

Publicado en 2006, Archivo, Cronologías, Noviembre Etiquetado con: , , , , ,